Demasiados hijos de Quintanilla de Yuso nos están dejando en los últimos meses. Emilio, Eliseo, Miguel, Belarmina, José, Juanita, Nicolás… El último ha sido Domitilo Sastre, que nos dejó este martes a los 84 años de edad. Sólo dos días antes de Santo Tirso (28 de enero), festividad en Quintanilla de Yuso, falleció el gran gaiteiro y alma de la fiesta. El genial e irrepetible Domitilo, gran jefe del jolgorio, se lleva con él su particular jovialidad que le acompañaba allá por donde pisaba.
Domitilo fue el impulsor del resurgir de las gaitas en Quintanilla de Yuso. Tras años o quizás décadas sin escucharse el sonido de este instrumento, un buen día en los años 80 del pasado siglo, montó su gaita de madera oscura y fuelle de terciopelo negro para sembrar una semilla que no ha dejado de crecer desde entonces. Junto a su cuñado Rafael Presa y otros más que le siguieron a la percusión se juntaron en el garaje de Ángel Gago para improvisar el primer concierto de lo que él mismo bautizó como ‘Los Aurones’. Otros muchos como Madrigal, Emilio, Ceferino o Cándido tomaron la invitación de Tilo en esos años 80 para formar una gran banda que por encima de cualquier otra cosa les divertía y servía además para impulsar las fiestas del pueblo.
Siempre dispuesto, a Domitilo nunca le faltaba el ánimo para templar la gaita y salir a tocar la ronda u organizar una improvisada juerga en el momento que a él le parecía oportuno. Pocos minutos le duraba en el rostro un bien simulado enfado cuando de madrugada los jóvenes de la localidad le despertaban y sacaban de la cama para dirigir la alborada. El alma de la fiesta. A él se le deben iniciativas irrepetibles, como el bautizo del burro o la comunión de Platero, entre otras ocurrencias. O canciones únicas como su ‘Hay que tirar el tabique’.
Su faceta de músico, cómico, titiritero o lo que hiciera falta para animar el pueblo contrastaban con las de gran trabajador y luchador que le llevaron a Alemania o País Vasco donde echó raíces. Este martes, el cielo de su querido Bilbao, donde era muy apreciado, se vistió de luto y lloró la muerte del tío Tilo, que seguirá sembrando alegría allá donde pise.